La Casa del Abuelo tuvo un alma de tiempos bonancibles y costumbres que hicieron santo el curso de su calma, que hicieron grato el curso de sus lumbres.
Tuvo un aire la Casa del Abuelo, de mañanas cordiales y serenas, y un corredor y un patio donde en vuelo vegetaban dormidas las melenas; donde en grandes y rústicos materos de tapas de botellas, a la sombra cordial de los aleros reventaban las zulias perfumadas; donde el bongo esperó, sencillamente, con su carga de hartones y aguamasa, el retorno febril y providente de la dócil vacada de la casa.
La Casa del Abuelo tuvo vastos corredores de pisos ladrillados, en cuyos postes los canastos colgaban de los clavos encorvados, y colgaba el zurriago de vaqueta y un bastón, y un sombrero, y una piola y la rústica y córnea peineta, prendida al bosque de vacuna cola; el tinajero en el rincón más ledo, con su carga de barro elaborado, y una raíz de guadua en el remedo de un horrible animal inanimado; allí cual percha en ingenioso ovillo cornamentas de un ciervo, secas, duras, y percha los dos cuernos de un novillo, de azarosas y graves curvaturas.
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POR: DON ÁNGEL AGUIRRE LÓPEZ
FOTO: Archivo Museo. Patio Nº 1
FOTO: Archivo Museo. Corredor en piedra del patio Nº 2